Fíbula celtibérica. Foto Museo Arqueológico de Córdoba |
Entre los múltiples valores que presenta el conjunto conocido como Tesoro de los Almadenes, al que me refería en la entrada anterior, siempre me ha parecido especialmente interesante el que nos permita explicar cómo, desde la Historia y la Arqueología, podemos reconstruir un suceso bastante preciso de nuestra historia.
Casi inmediatamente después de su descubrimiento e ingreso en el Museo Arqueológico de Córdoba, D. Samuel de los Santos publicó en un artículo su teoría sobre la historia de este conjunto (Boletín de la Real Academia de Córdoba, 21, 1928). Una teoría que, aunque naturalmente sometida a crítica, sigue siendo en general aceptada más de 80 años después. Intentaré explicarla de manera sencilla:
¿Qué, quién, cuándo, dónde, por qué?
Entre fines del siglo II y comienzos del siglo I a.C., un artesano y vendedor ambulante de orfebrería se dirigía desde el norte hacia el Valle del Guadalquivir. De origen y cultra celtibérica, posiblemente caminara con la ilusión de hacer negocio con la venta de sus objetos de plata en la rica Bética. El camino era largo, y había que aprovecharlo al máximo. Las aldeas y poblados que atravesaba le ofrecerían un lugar de descanso, y también un pequeño mercado para sus alhajas. Porque, por pequeño que sea, en todo pueblo podemos encontrar a alguien que quiere destacar socialmente sobre sus vecinos. Y torqués, sortijas, fibulas o vasos de plata son objetos que sólo los más poderosos pueden permitirse.
Por eso, el platero celtíbero no dudaba en detenerse y montar su pequeño tenderete en los núcleos más poblados. Ofreciendo a los habitantes sus mercancías, pero aprovechando también las horas muertas para seguir trabajando y, si alguien se lo pedía, realizar piezas por encargo.
No sabemos si el artesano iba sólo, acompañado por su familia o integrado en algún pequeño grupo itinerante. Pero lo que sí sabemos es que en un momento determinado, cuando ya había atravesado buena parte de la Sierra Morena y el rico mercado de Corduba estaba cada vez más próximo, fue consciente de un gran peligro.
Nuestro platero divisó a lo lejos el polvo levantado por un ejército. Los ejércitos romanos se afanaban por mantener el control del territorio, lo que durante las décadas anteriores había sido complicado debido a la resistencia de celtíberos y lusitanos.Y siempre era peligroso el encuentro con militares. Tuvo tiempo de apartarse del camino para buscar un escondrijo lo suficientemente alejado como para que pasara desapercibido, pero no tanto como para que resultara difícil su localización una vez pasado el peligro. Allí escondió sus objetos más preciados, con la idea de salvarlos de un saqueo seguro. Quizá intentó esconderse en los alrededores, o tal vez volvió al camino disimiulando, posiblemente con una pequeña cantidad de metal en su taller ambulante. Sea como fuere, aquel fue el último día de libertad -y posiblemente de vida- del platero ambulante que venía de tierras celtibéricas, y que nunca pudo asomarse al Guadalquivir.
¿Por qué lo sabemos?
¿Por qué sabemos que era celtíbero? Porque las piezas elaboradas que se integran en este tesoro tienen una tipología relacionada con el mundo celta, más que con el ibérico. Por ejemplo, las fíbulas presentan unas formas cercanas a las del tipo La Tène, características de la orfebrería celtibérica (puede verse un artículo sobre el tema aquí, interesante para conocer mejor estas piezas, aunque crítico con la teoría tradicionalmente aceptada del platero ambulante que es la que yo reproduzco). Esto no significa que necesariamente nuestro platero procediera de la Meseta Norte, sino que quizá pudo existir un área culturalmente cercana al mundo celtibérico en la Sierra Morena.
¿Por qué sabemos que iba hacia Córdoba? El conjunto fue enterrado intencionadamente, con el fin de esconderlo para recuperarlo posteriormente. Esto explica que el conjunto apareciera dentro de un recipiente de cobre. El lugar elegido para la ocultación está cercano al camino que, a través de Los Pedroches, comunicaba la Meseta con el Valle del Guadalquivir, alejado de cualquier núcleo poblado. El autor del ocultamiento tuvo que disponer de tiempo suficiente para alejarse del camino, enterrar la olla con los objetos de plata y volver, por lo que debió de divisar el peligro a cierta distancia. Desde el lugar del hallazgo sería posible descubrir la llegada de un ejército desde que este coronara la Sierra a la altura de La Chimorra.
¿Por qué sabemos que era un platero ambulante? La teoría inicial de Santos Gener de que el conjunto fue ocultado por un platero ambulante ha sido parcialmente puesta en duda recientemente por distintos investigadores. Sin embargo, parece claro para todos que estas piezas pertenecieron a un taller de este tipo, ya fuera el propio platero o quien lo adquirió por cualquier forma (¿robó?) el responsable de su ocultamiento. Sabemos que el conjunto perteneció a un taller de platería por las propias características de las piezas: junto a obras terminadas, listas para su venta, encontramos piezas en ejecución, sin terminar de elaborar, planchas e hilo de plata utilizado como materia prima e incluso algunos vasos y recipientes que parecen haber sido preparados para fundirlos y obtener así la plata que serviría para nuevas elaboraciones.
¿Por qué sabemos la fecha en que se produjo el ocultamiento? En primer lugar, por la tipología de las piezas. Los objetos arqueológicos, al igual que los que utilizamos hoy en día, estaban preparados funcional y estéticamente para ser utitilizados por la sociedad para la que se producen. En el caso de objetos de plata, como los que forman este tesorillo, su función no sería únicamente la de sujetar una capa o servir de recipiente para líquidos, sino que por encima de todo ello tenían la clara función de marcar la alta posición social de quien los poseía. Su estética, por lo tanto, debía estar perfectamente adaptada a la moda del momento. Y las modas, al igual que hoy en día, cambian. Quizá en nuestros días hemos acelerado y los cambios de modas se producen a mayor velocidad, pero siempre las modas han cambiado. Eso permite a los arqueólogos contar con un método muy fiable para datar los objetos. En este caso, puede considerarse que estas piezas de plata responden a modelos que "estaban de moda" a fines del siglo II a.C. Pero, además, en el conjunto aparecen un total de 200 monedas de plata. Y la fecha de estas monedas también es indicativa del momento en que pudo producirse la ocultación: entre fines del S. II y mediados del siglo I a.C.
Otilia y Catalina, halladoras del tesoro |
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