La bomba. Foto: ABC |
He oído esta historia cientos de veces. Después de un rato buceando en mi ordenador, la he encontrado en la transcripción de unas cintas que grabé a mi padre hace ya más de una década. Entre ellas, la referencia que buscaba sobre un bombardeo en la zona trasera de la Estación de Ferrocarril de Pozoblanco.
Un día, estábamos por la Estación, pasó una avioneta y ¡no tiró bombas! Había allí una nave grande que era donde estaban las máquinas del tren. Cayeron montones de bombas en el tejado. Eran bombas chiquitillas, pero muchas. Nosotros, allí echados al lado de una pared, y las bombas cayendo al otro lado de la pared. Estaba por allí un miliciano con un fusil, y le dijimos, 'pero pégale un tiro, hombre', y dice 'bueno, pues eso podríamos hacer...'
Luego, en el centro del pueblo decían 'pues han pasado, pero no han bombardeado, no han bombardeado'. No, ¡total ná!.
El martes 13 de mayo de 2014, al comienzo de unas obras destinadas a la ampliación del IES Antonio María Calero de Pozoblanco, fue encontrada una bomba de la Guerra Civil, que al día siguiente sería retirada para su desactivación por los artificieros de la Guardia Civil.
Se trata de dos fuentes de información muy interesantes sobre los cruentos bombardeos de Pozoblanco durante la Guerra Civil, la primera de las denominadas "fuentes orales" y la segunda de tipo material. Con ellas, unidas a las fuentes textuales (documentos de archivo, fotografías, prensa histórica, etc.), los historiadores van ofreciéndonos una reconstrucción del pasado cada vez más certera. La labor del historiador consiste en reconstruir el pasado a través del estudio crítico de las fuentes documentales. Sin análisis crítico, su trabajo sería fallido.
El historiador debe conocer las ventajas e inconvenientes que ofrece cada una de sus fuentes de información y analizarlas críticamente y con una metodología científica. Tendemos a pensar que los documentos de archivo son totalmente objetivos. Pero no debemos olvidar que responden al interes (económico, político, social o de cualquier otro tipo) de las instituciones o personas que los redactaron. Por ejemplo, una norma de comienzos del siglo XVI que prohíbe la apertura de las tabernas los domingos antes de misa nos informa de una intención de la institución redactora, pero no de una costumbre social. Es más: la redacción de esa norma no sólo no nos permite afirmar que se cumpliera, sino que más bien nos indica que al menos antes de ese momento era habitual que las tabernas estuvieran abiertas, y con público, también las mañanas de los domingos.
Más recelos ha despertado siempre el recurso a los relatos orales, como el que sirve para iniciar esta entrada. Desde el punto de vista del historiador presentan dos problemas esenciales: por una parte, la posible falta de objetividad de quien narra la historia; por otra, la fragilidad de la memoria, que puede aumentar esa subjetividad. Sin embargo, en el platillo contrario de la balanza debemos colocar los beneficios de unas fuentes de información que recogen aspectos raramente reflejados en las fuentes escritas, y que nos permiten contextualizar y conocer detalles que de otra forma pasarían definitivamente al olvido.
Por último, también las fuentes materiales tienen ventajas e inconvenientes. Naturalmente, resultan imprescindibles para el estudio de aquellos periodos anteriores a la generalización de la escritura. Durante los últimos años, también se ha extendido su uso en períodos más recientes y, tras el auge de la arqueología medieval, hoy se multiplican los estudios de "arqueología industrial". Sin duda, la riqueza de información que nos ofrece para el siglo XX es menor a la que podemos obtener de fuentes textuales u orales. Pero destaca, por el contrario, su enorme capacidad evocadora.
Por más que nos ofrezca una información indudablemente más pobre, no podemos negar que la aparición de la bomba en las obras del instituto tiene en nosotros un enorme poder evocador. Mayor a los relatos de nuestros mayores que, como en el de mi padre, nos ofrecen muchos más detalles. Y también mayor a los documentados relatos de historiadores, como el que realiza sobre estos bombardeos Francisco Moreno Gómez en "Trincheras de la República, 1937-1939". Incluso en estos días podemos sorprendernos al ver cómo quienes desprecian el valor de la memoria e incluso el de estudios históricos bien documentados, desde posturas negacionistas fuertemente ideologizadas y completamente acientíficas, se rinden ante la evidencia de lo material y, a la vista de los restos de esta antigua bomba, reconocen que Pozoblanco fue duramente bombardeado por las fuerzas sublevadas, por los fascistas.
Como si la bomba fuera más verdad que el recuerdo de mi padre o el estudio científico (que incluso utiliza fotografías aéreas de los bombardeos tomadas desde los propios aviones). Y es que la prueba material parece menos manipulable. Pero sólo lo parece. Porque ni siquiera podemos estar seguros de que se haya encontrado en el lugar en que cayó. ¿Quién nos dice que ese elemento no viajó entre el material de relleno utilizado hace años (pero no tantos) para allanar esos terrenos? Al menos, eso me han comentado que pudo suceder en este caso.
Reconozco que me ha emocionado el asunto de la aparición de la bomba. Pero sigo prefiriendo el relato sobre aquellos dos niños, mi padre y su hermano Nicéforo, que quién sabe qué estarían haciendo en la zona de la estación mientras la aviación fascista lanzaba sus bombas. Se lo preguntaré a los dos, aunque posiblemente de eso no se acuerden del todo.
[los restos materiales más importantes de la llamada "batalla de Pozoblanco" quizá sean los refugios de la guerra civil parcialmente conservados en el casco urbano. Sobre el objetivo de estos bombardeos, sin duda fueron las comunicaciones por ferrocarril organizadas desde la antigua estación de Pozoblanco]
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