Niños en el Bellas Artes de Córdoba. Foto: Sánchez Moreno para Diario Córdoba |
La provocación del tal Chapman choca con lo que muchos llevamos décadas intentando: permitir una verdadera accesibilidad a los museos. Tradicionalmente, el museo era un lugar de expertos para expertos, donde el público no especializado no sólo no era tenido en cuenta, sino que podía salir de la exposición sintiéndose despreciado. Yo empecé a trabajar en un museo que aún tenía mucho de este viejo templo del saber, sin actividades didácticas, sin explicación alguna sobre la exposición. Pero a lo largo de los años las cosas han ido cambiando y la función didáctica ha tomado día a día un mayor protagonismo. A imagen, curiosamente, de una costumbre llegada en buena parte de Gran Bretaña.
La imbecilidad soltada por un personaje sin inteligencia o sin escrúpulos (elíjase lo que proceda, que yo ni le conozco ni me quedan ganas de intentarlo) en busca de financiación para sus historias no me habría llevado a escribir esta entrada de no ser porque he empezado a pensar que no se trata de una idea aislada. Me había pasado en algunos museos de arte contemporáneo españoles (ojo: no en todos, pero sí en alguno de los más representativos y dotado con un altísimo presupuesto; uno que está enfrente de una conocida estación de ferrocarril de la capital, por poner un ejemplo; y no digo más que no quiero dar demasiadas pistas). Y lo he visto muy claro también en la "reordenación" (para mí simple desordenación) del magnífico Museo de Orsay parisino. Siguiendo lo que podría ser una tendencia "de verdaderos entendidos", en Orsay han cambiado el tradicional orden basado en estilos y períodos, supongo que por considerarlo caduco y anticuado. Pero para sustituirlo por... nada. Y ahí está el problema. No en cambiar, sino en eliminar el discurso.
Que no se engañe nadie: no creo que la ordenación basada en períodos o épocas sea la única posible. Ni mucho menos. Hace un tiempo ya comenté que una de las exposiciones que más me han impactado se basaba en un discurso articulado únicamente en torno al color rojo. De lo que sí estoy convencido es de que toda exposición, permanente o temporal, tiene que partir de un discurso que sea comprensible por el visitante. Y, por supuesto, de que los museólogos no estamos aquí para demostrar a los visitantes cuánto sabemos y qué ignorantes son ellos. Creo que nuestra principal función profesional es evitar que el vistante salga de nuestro museo o nuestra exposición con la idea de que no está preprarado para entender lo que le ofrecemos. Y con esa sensación salgo yo de algunos museos de arte contermporáneo (repito, de algunos, no de todos). Así salí hace unos dias de Orsay, sin saber por qué Van Gogh estaba en tres salas distintas y separadas, ni por qué uno veía postimpresionismo y neoimpresionismo antes de llegar a la gran galería impresionista. Posiblemente sólo sea porque soy muy torpe, tal vez porque no entiendo de arte contemporáneo, quizá porque iba con los niños... pero no llegué a descubrir qué me han intentado contar los responsables del museo al cambiar un orden que quizá fuera anticuado y tradicional, pero que resultaba muy claro para el visitante medio. Y tengo la sensación de que no han cambiado el discurso, sino que simplemente lo han eliminado. En definitiva, que no tienen demasiado interés en que gentes como yo nos acerquemos a comprender lo que saben gentes como ellos.
Aunque al fin y al cabo, como me comenta Esther, puede que lo único que asuste a gentes como Chapman y algunos museólogos sea que, como en el cuento del nuevo traje del emperador, los niños sean quienes puedan darse cuenta de lo absolutamente falsos y vacíos que resultan algunos iluminados y sus propuestas.
El adorado Emperador: la museología, en calzoncillos. |
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