I
Hace no mucho tiempo, con motivo de la difusión de una actividad cultural se nos ocurrió preguntar a los niños, con una cámara delante, cómo definirían diferentes conceptos bastante comunes hoy en día. Buscábamos la inmediatez, la sinceridad... Y la encontramos. Vaya si la encontramos.
Se planteó a un niño de 5º de Primaria una pregunta sencilla: "¿Para qué sirve la economía?" Tras dudarlo unos instantes que se hicieron demasiado largos para quienes estaban más acostumbrados al ritmo audiovisual, contestó tajante: "La economía sirve para decidir quién come y quién no come".
II
"La experiencia es la madre de la ciencia", "más sabe el diablo por viejo..." Lo cierto es que conforme uno va creciendo conoce a gente de todo tipo y condición: altos y bajos, guapos y feos, tontos e inteligentes. Y si algo me sorprende cada día más de la gente inteligente es la facilidad con la que expresan de manera simple ideas que el común de los mortales catalogamos como complejas. Conozco a historiadores que esconden su incompetencia, su estupidez, tras la incomprensible palabrería de un discurso seudocientífico. Y conozco a empresarios y gentes de la economía real que explican con sencillez, con rotundidad, los mecanismos que mueven nuestro mundo. Hasta el punto de que he llegado a cuestionarme si la clave de su éxito no estará precisamente en ver con claridad lo que otros complicamos de manera innecesaria. Para mí, la respuesta del niño fue cruda, directa y muy inteligente.
III
Tras la II Guerra Mundial, Europa se encontró de nuevo dividida en dos bloques. Capitalismo y comunismo, libertad individual frente a socialización. Dos bloques separados por muros físicos e ideológicos. Sin embargo, visto con la perspectiva histórica necesaria, podemos comprender que las barreras ideológicas no eran sino membranas. A nuestro mundo, el occidental, el de la libertad individual, el bueno, llegaban tamizadas algunas ideas procedentes del otro, del lado oscuro. No nos separaba un muro, sino una membrana parcialmente permeable.
La recuperación de la Europa Occidental (salvo la reserva espiritual española, por supuesto) durante la postguerra estuvo marcada por dos bases esenciales: en política, el sistema de democracia parlamentaria heredero de las antiguas revoluciones burguesas; en economía, un capitalismo liberal pero "con rostro humano". Porque del otro lado, a través de esa membrana de separación, llegaban a los obreros occidentales ecos de la utopía de un sistema social, justo e igualitario. Porque el poder necesitaba establecer un sistema de protección social avanzado que alejara el peligro de sueños obreros revolucionarios.
IV
La caída de la URSS y el fin de la economía comunista marcó un cambio esencial. Los anticomunistas de toda la vida se apresuraron a anunciar la muerte de la planificación económica. Por fin: ¡Viva el liberalismo!
Ya no hay necesidad de poner rostro humano al liberalismo salvaje, porque la revolución ha muerto. Se impone la libre circulación de trabajadores y de capitales. No de ideas, ni de cultura, ni de derechos, ni de justicia. No. De bienes y servicios, de trabajadores y de capitales. La empresa debe ganar dimensión, internacionalizarse, ganar competitividad. Podemos deslocalizar, fabricar en Bangladesh con mano de obra esclava que trabaja en condiciones inhumanas (que no lo digo yo, que lo dice hasta el Papa). Esclavos que pasan hambre, que pueden morir por cientos, por miles en un derrumbe. Para que nosotros podamos vender la ropa en las grandes cadenas occidentales. Todo sea por la productividad, por la competitividad, por el liberalismo. Capitales sin fronteras.
[Continúa]
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