miércoles, 24 de julio de 2013

Cástulo. I+D+I en Patrimonio Histórico.

Mosaico romano. Cástulo. Foto: Europa Press.

Recientemente he participado en uno de los cursos de verano de la UCO (Corduba 2013), dedicado a la gestión cultural. Siendo Baena su sede, naturalmente estuvo muy presente el magnífico trabajo que se está realizando en el yacimiento de Torreparedones, del que escribí una entrada no hace mucho. Pero, en parte porque José Antonio Morena hablaría el día siguiente de este importante recurso patrimonial, y en parte también porque había visitado pocos días antes el Conjunto Arqueológico de Cástulo (Linares, Jaén), el trabajo que se realiza en este importante enclave estuvo muy presente en mi charla.

Aparte del interés que tiene cualquier yacimiento arqueológico -y este es un impresionante yacimiento, sin duda alguna-, me interesa especialmente Cástulo porque entre otras muchas cosas fue un centro de control de una importante comarca minera de la Antigüedad. Una zona que no está tan alejada históricamente de Los Pedroches como podríamos pensar, a juzgar por los paralelismos existentes entre las colecciones del Museo Arqueológico de Linares y las del Museo PRASA Torrecampo. Sobre todo, aquellas directamente relacionadas con la explotación minera y la metalurgia de hace dos milenios.

Cástulo es un enclave en el que queda aún mucho por excavar. Una importante ciudad sólo mínimamente sacada a la luz. Un yacimiento, por lo tanto, con muchísimas posibilidades de futuro. Ya lo sé. Eso de "con muchas posibilidades" es un recurso que utilizaban habitualmente los vendedores de pisos cuando la vivienda necesitaba una reforma completa (recuerdo que incluso había un buen monólogo humorístico sobre el tema). Pero en este caso las posibilidades son seguras, porque con su reciente conversión en Conjunto Arqueológico, la Junta de Andalucía ha apostado por un yacimiento que cuenta con unos gestores que tienen muy claro cómo quieren hacer las cosas.

Y a eso me quiero referir en esta entrada. Porque, aunque cuando escuchamos hablar de I+D+I rápidamente pensamos en investigación biomédica o similares, también la Investigación, el Desarrollo y la Innovación se pueden (y se deben) aplicar al Patrimonio Histórico. Y, en un lugar como Cástulo, esto se traduce en Investigación, Conservación y Difusión. Tres pilares sobre los que el equipo gestor del yacimiento basa su estrategia de futuro.

Quedando tanto por estudiar, la investigación es necesariamente un pilar básico de un proyecto como éste. Una investigación que no queda reducida a los trabajos planificados desde el interior de la institución, sino que se anuncia abierta para cualquier equipo interesado en aportar sus conocimientos y su trabajo. Tratándose de una antigua ciudad, naturalmente la conservación debe ser obligatoriamente una preocupación esencial de quienes trabajan en el yacimiento. Un trabajo que el actual equipo se está interesando por difundir a todos los niveles. Nos contaban que quienes trabajamos en este sector debemos ser conscientes de que las publicaciones científicas -aunque son totalmente necesarias- sólo las leen cuatro especialistas. Y que guardar los datos para hacerlos públicos únicamente después de ver la luz el artículo especializado es algo que casa muy mal con la inmediatez de la noticia buscada en las redes sociales. Y desde Cástulo se ha optado por primar la difusión, la puesta a disposición de la sociedad de las imágenes sobre las novedades de la excavación, o incluso sobre el propio proceso de trabajo (recomiendo echarle un vistazo a su página de facebook).

La participación de voluntarios (naturalmente, dirigidos por los profesionales) en los trabajos de campo, o la publicación en alta resolución de imágenes de un mosaico extraordinariamente conservado y cuya excavación aún no ha finalizado son buenos ejemplos de esa política cultural. Porque investigación y conservación son tareas básicas. Pero no debemos olvidar que el objetivo último es poner el Patrimonio Histórico al servicio de la sociedad. Y yo coincido plenamente con el modelo de gestión que se ha puesto en marcha en Cástulo. Un Conjunto Arqueológico al que tendremos que mirar en el futuro porque, sin duda alguna, nos deparará grandes sorpresas, grandes alegrías.

sábado, 13 de julio de 2013

Un jardín en el museo

Presentación de la actividad (foto: Europa Press)


Los museos Arqueológico y de Bellas Artes de Córdoba, el Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra (gestionados los tres por la Junta de Andalucía) y el Jardín Botánico de Córdoba (dependiente del Ayuntamiento de Córdoba) han programado para los próximos meses una interesante actividad conjunta titulada "un jardín en el museo; un museo en el jadín". La actividad, que se extenderá hasta fin de año, fue presentada por los responsables de los centros, de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento de Córdoba.

Esta iniciativa me parece especialmente interesante por diferentes motivos. En primer lugar, no voy a negarlo, por ser un buen ejemplo de colaboración institucional. Por desgracia, esta colaboración no suele ser demasiado habitual ni siquiera entre centros gestionados por la misma administración, por lo que es especialmente destacable que técnicos de cuatro centros diferentes, pertenecientes a dos instituciones (gobernadas, además, por diferentes partidos políticos) coordinen una actividad conjunta como ésta. Que en Córdoba se programen actividades conjuntas por parte de cuatro centros independientes sigue siendo noticia. Una buena noticia. No es que la actividad vaya a ser todo un éxito (que lo será); es que su mera presentación ya constituye todo un éxito para la ciudad de Córdoba.

Un jardín en el museo ofrecerá a los cordobeses la posibilidad de visitar de nuevo el Arqueológico, el Botánico, el Bellas Artes y Medina Azahara acercándose desde una mirada diferente. Y supondrá para quienes visiten la ciudad una posibilidad de ordenar su visita, de no saltarse ninguno de estos cuatro buques insignia de la Cultura (con mayúsculas) cordobesa. ¿El Jardín Botánico un buque insignia de la cultura? sé que estarán pensando algunos. Pues sí.

Realmente, la principal diferencia que vemos entre los museos y Medina, por una parte, y el Botánico por otra, no está relacionada con sus entidades gestoras, sino con su contenido. Porque una tradición educativa dudosamente acertada nos lleva a ver los museos como "de letras", mientras el Botánico es "de ciencias". Como si la metodología de análisis arqueológico no fuera científica; o como si el paseo por el Jardín Botánico no proporcionara disfrute a nuestros sentidos. O como si esos cuatro centros no compartieran sus objetivos de transmitir concocimientos y emociones a sus visitantes.

Hace ya casi una década, en el Museo Arqueológico pudimos comprobar los beneficios que nos podía ofrecer acercarse a determinadas piezas desde miradas científicas en principio alejadas a la arqueología, a través de la "presentación del la pieza del mes" (sobre la que publiqué un artículo en 2004 en la revista Mus-A). Y los primeros ensayos, que fueron todo un éxito, los iniciamos precisamente con dos botánicos. Mi hermanda Anuncia, especialista en aceite de oliva virgen extra, centró su explicación en dos piezas del museo: un brocal de pozo romano de mármol que representa la disputa entre Poseidón y Atenea y el origen mítico del olivo, y un relieve tardorromano que representa la recogida de las aceitunas. Esteban Hernández Bermejo, entonces director del Jardín Botánico de Córdoba, habló en septiembre de 2004 sobre diferentes representaciones vegetales en piezas romanas. Descubrimos así cómo el relieve con guirnalda, directamente relacionado con la iconografía del Ara Pacis construido por Augusto en Roma (del que he hablado en una ocasión anterior), refleja a través de los frutos representados la riqueza del Imperio. O cómo quienes representaron la divinización del Río Nilo en el mosaico de Fuente Álamo (Puente Genil) llegaron a cuidar el detalle hasta el extremo de reproducir con exactitud unas características palmenas que son endemismos egipcios.
Mosaico Nilótico de Fuente Álamo (Puente Genil)

Con el paso del tiempo, la presencia de "científicos" procedentes de distintos campos del saber explicando obras artísiticas o arqueologicas nos ha ido resultando menos extraño. En septiembre de 2011, nuevamente un técnico del Jardín Botánico, en este caso Elena Moreno, se encargó de hablar de un jardín en el museo en el Arqueológico (la charla, integrada dentro del ciclo "presentación de la pieza del mes" puede verse en video a través de youtube).

Y la mirada del botánico ha resultado muy enriquecedora para un museo como el Arqueológico. De la misma forma que la visión desde el arte o la arqueología enriquecen el discurso del Jardín Botánico. Por eso, para todos nosotros resultará doblemente interesante disfrutar este año de "un jardín en el museo; un museo en el jardín".








jueves, 4 de julio de 2013

De historia y novela histórica

Con MJ. Sánchez, en Pedroche (foto Solienses)

El pasado sábado 29 de junio participé, junto a María Jesús Sánchez, en las IV Jornadas de Historia Local de Pedroche (ver información y enlaces en Pedroche en la red). Aprovechando que María Jesús, novelista e historiadora, está enfrascada en la escritura de una novela histórica parcialmente ambientada en el Pedroche del siglo XIII, intentamos apuntar algunas consideraciones sobre las difíciles relaciones entre el historiador y el novelista, sobre todo el autor de novela histórica.

El historiador intenta reconstruir el pasado utilizando para ello una metodología científica. El novelista, por su parte, es un artista cuya pretensión fundamental es generar emociones a través de la lectura de su obra. Dos objetivos muy diferentes que a veces generan roces, sobre todo cuando la obra literaria utiliza unos personajes, hechos o ambientación de carácter histórico.

De hecho, la relación del historiador con la literatura siempre ha sido problemático. Tradicionalmente, la obra literaria o artística ni siquiera ha sido considerada como una fuente fiable para el estudio del pasado. La historiografía tradicional se dedicaba al estudio de reyes, nobles y alto clero, que son quienes aparecen reflejados en crónicas y documentos, fundamentalmente de las cancillerías reales. Cuando, ya en el siglo XX, algunos historiadores comienzan a preocuparse por la historia social, de las mentalidades o, en definitiva, de los llamados no privilegiados (frente a los privilegiados: realeza, nobleza y clero), necesitan buscar nuevas fuentes de información y es entonces cuando comienzan a recurrir a las obras artísticas y literarias.

Aunque ya está muy superada la historiografía positivista del siglo XIX y hoy resulta habitual que, al hablar por ejemplo de la pequeña nobleza urbana de la Castilla de fines de la Edad Media, nos venga inmediatamente a la mente el Calixto de La Celestina, lo cierto es que los historiadores continuamos mirando la obra literaria con cierto recelo.  Recelo que puede crecer cuando el escritor "se mete en nuestro campo" y presenta una novela histórica. Por más que muchos de los escritores sean también historiadores (es el caso de María Jesús, pero también de José Luis Corral, Eslava Galán, Calvo Poyato y un largo etcétera). Parte de la culpa de generar ese recelo podemos echársela a los escritores; pero otra parte es nuestra, de los historiadores.

En algunas ocasiones, determinados escritores de novela histórica defienden su trabajo aludiendo a las horas que han tenido que dedicar a documentarse para poder escribir. Y algunos de ellos llegan a definir ese trabajo, con ciertos aires, como "de investigación". Ahí hemos chocado. Porque investigar no es documentarse. Investigar es aplicar una metodología científica para el análisis de determinados testimonios (textuales, arqueológicos o de cualquier otro tipo) que nos sirven para conocer nuestro pasado. En definitiva, cuando hablamos de novela histórica tenemos que tener claro que nos encontramos ante una obra literaria -artística- y no científica. Lo que no significa, por supuesto, que su valor sea menor. Simplemente, son cosas diferentes.

También tenemos que reconocer los historiadores que parte de nuestro recelo ante la novela histórica es, directamente, culpa nuestra. No porque seamos más tontos que nadie (como algunos -espero que muy pocos- parecen haber entendido tras una lectura parcial e interesada de una entrada anterior) sino porque no podemos evitar sentir una cierta envidia al ver cómo los buenos novelistas pueden recrear de manera no sólo más atractiva, sino muchas veces muy acertada, unos ambientes a los que nosotros, esclavos de las fuentes y de la metodología científica, nunca conseguiremos llegar.

Personalmente, me gusta la novela histórica. Y creo que, cuando está bien escrita, cumple una adecuada función de difusión de la Historia. Siempre que, como lectores, tengamos en cuenta que no nos enfrentamos a una obra científica sino a un relato literario. Y si con estas obras se consigue incrementar el gusto por la lectura y por la Historia, doble beneficio.