martes, 15 de agosto de 2017

San Isidoro, el Régimen y el Caudillo.




Consciente de la importancia de la lengua, Isidoro de Sevilla escribió poco antes del año 630 una obra con la que pretendía explicar toda la realidad a través del estudio del origen de las palabras. No en vano, ya nos lo dejaba claro la Biblia: en el principio, fue el Verbo. De esta forma, según el santo sevillano, el estudio del origen y la evolución de las palabras es una magnífica forma para comprender la realidad. Y con las 5.500 definiciones integradas en sus Etimologías realizó la mayor recopilación del conocimiento antiguo existente en su época, lo que tendría una importancia extraordinaria para la transmisión de los saberes clásicos durante la Edad Media. Y todo ello, reivindicando el valor de la palabra. Del uso preciso de la palabra.

Una precisión en el uso de la palabra que, hoy en día, parece que hemos perdido. Nos han vencido quienes, desde la incultura absoluta de un supuesto cientifismo que sólo respeta los conocimientos técnicos (no los científicos, ya que en la práctica suelen despreciar como inútiles tanto la lingüística como las matemáticas, por ejemplo), difunden el escaso valor de todo aquello que suene, aunque lejanamente, a cultura. Y, con un pueblo inculto, no sienten el menor rubor en llamar ajustes de personal a los despidos, desaceleración a la crisis o indemnización en diferido a lo que todos sabemos que es una... indemnización en diferido.

Aplicado a nuestra historia casi reciente (¡Ay! ¡El estudio de la Historia! Otra pérdida de tiempo inútil...), cada vez es más frecuente encontrarnos con eufemismos que, como el de la indemnización en diferido, sólo pretenden manipular la realidad. Hace unos meses, ante la polémica surgida en torno a un homenaje oficial a los "caídos por Dios y por España", el comunicado de un alcalde incluía una alusión no a la dictadura franquista, sino al "Régimen Anterior". Dejando de llamar a las cosas por su nombre en busca de unas equidistancias que, a la postre, equilibran la balanza haciéndonos pensar que, en definitiva, el franquismo no fue otra cosa que un precedente de nuestra moderna democracia. Hace unos días, podía leer un pequeño escrito en el que alguien se refería al dictador no como tal, sino como "El Caudillo". Toda una declaración ideológica, que en algunos países podría ser considerada como delito de exaltación de un régimen dictatorial.

Aunque los más listos saben que manipular las palabras es una de las mejores fórmulas para manipular a los pueblos. Ya lo explicaba Isidoro de Sevilla: "Pues tan pronto como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza".