jueves, 26 de septiembre de 2013

Julio Romero de Torres en el Bellas Artes de Sevilla

Inauguración, ante "La Consagración de la Copla"

Si os habéis perdido la exposición sobre Julio Romero de Torres en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, tenéis una nueva oportunidad, en este caso en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. La muestra fue inaugurada anoche por la directora del museo y la comisaria de la exposición (Lourdes Moreno, directora del Thyssen de Málaga), acompañadas por representantes de las instituciones públicas y privadas que han hecho posible su realización, y supone un paso importante en la reivindicación del pintor cordobés. Seis de las 28 obras que se expondrán en el museo sevillano -una de las pinacotecas más importantes de nuestro país- pertenecen a la Colección PRASA.

Para saber más:

"El Museo de Bellas Artes de Sevilla recorre la obra de Romero de Torres más allá de los tópicos". Portal de noticias de la Junta de Andalucía.

"El Romero de Torres más sensual llega al museo". ABC de Sevilla.

"Las mujeres de Julio Romero de Torres seducen en Sevilla". ABC de Córdoba.

"La esencia del pintor cordobés Julio Romero de Torres". El Mundo.

"Julio Romero de Torres se instala en el Museo de Bellas Artes de Sevilla". El País.

"La esencia de Romero de Torres llega al Bellas Artes de Sevilla". Diario Córdoba y El Día de Córdoba.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Modelos de museos: Museo del Vino (Briones)


Frente a la masificación de los grandes museos (como el Louvre), en las últimas décadas se ha producido una verdadera revolución en los museos que podemos llamar "de medio y pequeño formato". Las propuestas de la "nueva museología" no sólo están hoy genéricamente aceptadas en nuevos museos de carácter temático, sino que han llegado a algunas de las instituciones museísticas más clásicas: los museos provinciales. En Córdoba, tanto el Arqueológico como el Bellas Artes son hoy buenos ejemplos. Además, por supuesto, de muchos de los museos locales de la provincia.

La exclusividad que parecían tener los directores de museos en la investigación sobre los fondos ha desaparecido casi completamente. De hecho, cada vez somos más quienes pensamos que los investigadores externos no sólo enriquecen nuestro conocimiento sobre los fondos, sino que además funcionan como una forma privilegiada de difusión del museo. Se ha modernizado la administración y el sistema de documentación de las colecciones, se han puesto en marcha programas de conservación preventiva (evitando, por ejemplo, el flash omnipresente en las salas del Louvre). Pero si hay algún cambio que los visitantes han podido experimentar directamente, sin duda ha sido el del concepto expositivo. Las exposiciones tipológicas destinadas únicamente al supuesto disfrute de especialistas han dejado paso a unos diseños modernos, accesibles para todos, y complementados por actividades didácticas y de divulgación.

La transformación del modelo expositivo en las últimas decadas es clara muestra de un cambio en la consideración del papel que el museo debe jugar en la sociedad. El museo tradicional exponía sus tesoros, todos sus tesoros, clasificados de acuerdo con las tipologías científicas (histórico - arqueológica, artística, geológica, biológica o de cualquier otro tipo, en función de la especialización del museo). Como resultado, podíamos encontrar una vitrina con 87 puntas de flecha calcolíticas, por ejemplo. Tremendamente aburrido para un público que si de algo salía convencido tras el recorrido era de la enorme magnitud de su ignorancia. Que no se enteraba uno de nada, vamos.

Hoy, en muchos museos se acepta directamente que la exposición, sin dejar a un lado el rigor científico, debe diseñarse con un criterio didáctico. Para mi, las piezas son realmente palabras que, bien encajadas entre sí, forman frases (vitrinas) y, en conjunto, un discurso coherente. La exposición debe contar una historia, con su principio y su fin. Y, de igual forma que el uso de bonitas palabras no construye necesariamente un buen relato, tampoco las piezas espectaculares crean por sí mismas una buena exposición. El buen relato, la buena exposición, consiste para mí en articular una buena narración escogiendo con cuidado las palabras, las piezas más adecuadas. Y, si uno sale de un museo más confuso de lo que entró, es que ha fallado el discurso museológico y su desarrollo práctico, la museografía.

Como todo se entiende mejor con un ejemplo, intentaré explicar lo que yo considero una buena sala expositiva a través de un montaje museográfico que ya he aplaudido alguna vez en este blog: el Museo de la Cultura del Vino de Briones (La Rioja). Me centraré en concreto en una de las salas, dedicada a explicar el proceso de fabricación de los contenedores del vino. Un espacio que presenta la gran virtud (para mí al menos) de mostrar el tema de forma completa, con una gran claridad y ¡sin utilizar ni un sólo texto!

En este espacio, que lleva por título "guardar las esencias",  se desarrollan tres temas fundamentales:
  1. Toneles o barricas. Colocándonos en el centro de la sala, nos rodean cinco vitrinas que nos cuentan en otros tantos pasos el proceso de construcción de una barrica, desde el corte de los troncos de madera hasta su terminación final. El centro de cada vitrina está ocupado por una reproducción de la barrica en la fase de trabajo correspondiente. A su alrededor se exponen los instrumentos de trabajo utilizados. Frente a ellos, una pantalla de video nos muestra el proceso de forma continua.
  2. Botellas de vidrio. Una vitrina lineal muestra un resumen de la evolución histórica de las botellas, a través de ejemplares originales acompañados de una cartela simple (nombre y fecha). El proceso de fabricación, tanto tradicional (vidrio soplado) como industrializado se muestra a través de un vídeo sin locución alguna y de una duración que no debe de ser muy superior al minuto y medio.
  3. El tapón de corcho. Junto a algunas muestras de material empleado y del instrumental tradicional, un video de similar duración al anterior, y también sin locución alguna, ilustra perfectamente el trabajo de elaboración y su evolución histórica hasta la actualidad.
Me gusta especialmente esta sala porque no necesita de textos escritos o de locuciones para explicar un proceso de trabajo que no es realmente simple. Consiguiendo completamente su objetivo. Y me gusta también, debo reconocerlo, porque tanto quienes diseñaron el discurso (museología) como quienes se encargaron del diseño y montaje (museografía) tuvieron la valentía de prescindir de las "grandes piezas". Y esto no siempre es fácil. Pero en ocasiones, y este creo que es un buen ejemplo, puede llegar a ofrecer un resultado espectacular. Lo que no es, ni mucho menos, casualidad, sino fruto del trabajo bien hecho, de meditar qué se quiere contar antes de empezar a juntar palabras, a colocar piezas en una vitrina.

Os dejo con las fotografías de las cinco vitrinas. Un claro ejemplo del tipo de exposiciones que me gustan.

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Para finalizar el recorrido, la última sala de este museo no deja de ser curiosa, ya que expone una espectacular colección de sacacorchos, para destapar estos contenedores de esencias y disfrutar de su contenido. Eso hicimos no hace mucho, como se muestra en la imagen que encabeza esta entrada, en la terraza del jardín trasero, admirando las viñas y las montañas que dan acceso al País Vasco.


Colección de sacacorchos, al final del recorrido expositivo


sábado, 14 de septiembre de 2013

Modelos de museo: Louvre.



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Lo decía mi hijo. No podemos irnos de París sin visitar el Museo del Louvre y ver la Mona Lisa. Y, naturalmente, fuimos. Como el viejo sastre ya conoce el paño, conseguimos convencerlo de dedicar la mañana a una única sección, y paseamos por las Antigüedades Egipcias. A la salida, por supuesto, pasaríamos por la sala de la Gioconda y, de paso, subiríamos una de mis escaleras favoritas, sobrevolada por la Victoria de Samotracia. Por cierto, la vi algo envejecida, como si estuviera más sucia, pidiendo a gritos que la gente de Gares le dedicara un ratillo de limpieza con láser. Y no es que nadie le quite el polvo. Es que poco a poco nos hemos ido dando cuenta de que lo que cubre el mármol no es noble pátina del tiempo, sino mierda.

El Louvre estaba, como casi siempre, atestado. Parece imposible que un edificio como éste tenga la capacidad de digerir esa masa continua que lo alimenta. Y lo primero que uno admira no son las colecciones, sino esa magnífica realidad en la que se ha convertido el Grand Louvre, comenzando por la gran plaza pública creada bajo la magnífica pirámide de vidrio. Una obra que en 1989 fue polémica, pero sin la que hoy no entenderíamos este museo. Porque, como toda buena arquitectura, la obra de Ming Pei no sólo destaca por su valor estético, sino fundamentalmente porque resuelve de la mejor forma posible un grave problema espacial del edificio.

De esta forma, a pesar de la enorme afluencia de público, uno puede ordenar de manera aceptable su visita al museo. El recorrido por la extensa sección egipcia fue interesante, como siempre. Y la circulación, correcta: incluso podíamos pararnos delante de algunas vitrinas para apreciar las facciones de los escribas o los gatos momificados. El problema llega cuando uno intenta acercarse a las grandes estrellas. A la Mona Lisa.

Porque, como borregos, todos acabamos confluyendo en el mismo sitio. Por más que, antes de llegar, dejemos atrás La Virgen de las Rocas, obra maestra de Leonardo que, ésta sí, uno puede detenerse a disfrutar con tranquilidad. Sin nadie alrededor.

Si cuando uno está delante de un cuadro siempre le surgen preguntas, ante la Gioconda la pregunta estaba clara: "¿Qué hacemos aquí?"  Acercarse al cuadro era, simplemente, misión imposible. Echando un vistazo alrededor, te dabas cuenta de que nadie conseguiría ver la tabla en directo. La mitad de los presentes porque no llegarían más allá de la quinta fila, próxima a la línea de los siete metros; la otra mitad, privilegiados que conseguirían un hueco entre la multitud, porque entre sus ojos y la obra encontraban un objeto interpuesto: el móvil. Con dos únicas opciones: foto o video. Empujones, malas caras, tiempo perdido... no para disfrutar de una obra de arte única, sino para conseguir una imagen incomparablemente de menor calidad que las que uno encuentra desde el sillón de casa a un solo click.

Si no puedes con el enemigo, únete a él. Así es que, mientras Andrés luchaba por conseguir vislumbrar siquiera alguna forma tras el cristal de seguridad, saqué el móvil para fotografiar el verdadero espectáculo de aquella sala: la masa realizando lo que en cualquier estadística podemos encontrar catalogado como "actividad cultural".

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Este es el modelo del Louvre, el museo más visitado del mundo en 2012 según una reciente estadística. Un modelo que no es tan diferente al de otros grandes museos, contenedores de inmensos tesoros que dormitan asfixiados por su propio éxito. El museo debe enseñar y divertir, proponer miradas diferentes, sorprender, llenarse de actividades... Pero ¿qué se puede hacer cuando aspirar a atender al público visitante con una mínima dignidad resulta tremendamente complejo?

A pesar de los postmodernos agoreros que cantaban, entre otras, la muerte de los museos (décadas finales del siglo XX), los museos siguen vivos... Y los grandes museos -como el Louvre, pero también como el Prado- están, además, llenos. Pero eso no quiere decir que hayan dejado de tener problemas. Al contrario, los grandes museos se han convertido en muchas ocasiones en dinosaurios, ejemplos de la insostenibilidad cultural (esos flashes golpeando las pinturas del Louvre...). Lejos de planteamientos museológicos modernos, tienen que dedicar grandes energías, muchos recursos, a mantener su propio peso. Enormes, estáticos, anquilosados. Cada vez más espectáculo y menos cultura, porque cada vez enseñan y divierten menos al visitante. Porque lo que buscamos es, simplemente, conseguir un nuevo click en la casilla del facebook: "Juan B. estuvo en El Louvre", o "Juan B. ha visto La Gioconda".

Porque estos grandes museos no pueden ni siquiera articular un discurso coherente ni un programa claro, más allá de la atención al gran público masificado. No hay discurso, no hay actividades, no hay nada, porque no da tiempo a nada más allá de intentar asegurar unas mínimas condiciones de seguridad tanto para las coleccines como para el público. Y no es tarea fácil. Los esfuerzos (los recursos) se destinan, simplemente, a que no se termine de desbordar. Y a alguna labor de maquillaje cultural, como la oferta de exposiciones temporales que, en la mayoría de los casos, acaban convertidas en hitos sociales para el consumo de masas. Los huevos del dinosaurio.

Lo siento, pero no tengo soluciones. Sólo la constatación de que hay otro tipo de museos. Que no llegarán a las listas de "más visitados" pero que, sin duda alguna, resultarán bastante más placenteros. Os lo intentaré explicar con un ejemplo pero... en una próxima entrada.



sábado, 7 de septiembre de 2013

Estética del Patrimonio Histórico

La catedral de París, desde el Sena

Soy consciente de que a veces puedo resultar pesado insistiendo en la necesidad de conservar el Patrimonio Histórico. Creo que cualquier actuación sobre un elemento integrante de nuestro Patrimonio debe partir necesariamente del claro conocimiento de cuáles son los valores patrimoniales que lo hacen único, interesante, digno de ser conservado. Y cualquier actuación debe tener como objetivo la defensa total de esos valores patrimoniales. Aunque todos sabemos que no siempre se actúa de esta manera, no deja de sorprenderme encontrarme con actuaciones como las que, en una reciente visita relámpago a París, me entontré en el entorno de la iglesia de Notre-Dame.

Bromeando sobre la falta de interés generalizado por nuestro patrimonio, en ocasiones he lanzado la idea de convertir las naves de la Mezquita Mayor de Córdoba en aparcamiento vigilado para turistas. Visto lo visto, tengo que pedir disculpas por esta broma y asegurar públicamente que sólo era eso, una broma que hasta hace unos días no habría podido ni imaginar que alguien se tomara en serio.

¿Os preguntáis qué me ha pasado para pillar este mosqueo? Pues esto:

Intento de ver / fotografiar la portada, desde la izquierda

Segundo intento, ahora desde la derecha.

Todos sabemos que la catedral de París ocupa un lugar central en la ciudad. Junto a la Torre Eiffel, quizá sean los dos hitos fundamentales que, unidos por el Sena, articulan el centro urbano. Y la catedral es algo más que una sala cubierta de gran valor artístico dedicada al rezo católico (que, pedonad el inciso, pero acabo de descubrir que también puede encagarse por internet). Notre Dame, y el entorno de la Isla de la Cité, marca el eje en torno al cual gira una ciudad de diseño radial. Más que en ningún otro lugar, la catedral de París es un elemento patrimonial inseparable de su entorno urbano.

Hoy se admite generalizadamente que cualquier estudio de conservación de un elemento del Patrimonio Histórico debe tener en cuenta obligatoriamente su entorno. Una teoría relativamente reciente que, sin embargo, siempre ha estado presente en París. Porque Notre Dame siempre ha sido no sólo un edificio, sino también su entorno: esa visión desde la otra orilla del Sena, que ofrece una imagen romántica marcada por el exterior del ábside; y, sobre todo, una plaza, un amplio espacio público que permite tener una visión cercana de la portada esculpida y de esas dos potentes torres que la enmarcan identificando claramente el edificio. Una plaza que no es que esté junto a Notre Dame, es que es parte de Notre Dame. Y no me hace falta recurrir a sesudos estudios para ilustrar esta afirmación. Me basta con recordaros las escenas principales de la versión Disney de El jorobado de Notre Dame, en la que la plaza juega un papel tan importante como el propio interior de la catedral.

Pues ahora, precisamente para conmemorar el 850 aniversario de su fundación, a alguien se le ha ocurrido la feliz idea de colocar una inmensa estructura que ocupa buena parte de la plaza y que, a cambio de romper tanto la estética como la funcionalidad que ha tenido siempre este espacio urbano, nos permite a los turistas ver desde un único punto de vista la portada. Pero, eso sí, cómodamente sentados (o casi). Una agresiva actuación que no está tan lejos de esa broma, que intentaré no volver a repetir, de proponer que el interior de la Mezquita de Córdoba se convierta en un gran aparcamiento. Y creo que todo parte de un grave error de base, por desgracia muchas veces repetido: actuar sobre bienes patrimoniales sin haber estudiado y tomado conciencia previamente de cuáles son los valores que los convierten en dignos de ser conservados y legados a las generaciones futuras, en parte de nuestro Patrimonio. En este caso, Patrimonio de la Humanidad.

Visión lateral, pero casi completa de la portada.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Patrimonio de Los Pedroches: La Losilla (Añora)


La Losilla (Añora). 7 de febrero de 2010

Hoy, desde el ABC de Córdoba claman por la rápida puesta en explotación de los abandonados yacimientos arqueológicos de la provincia de Córdoba. Que no digo yo que no les falte parte de razón, pero lo que sí discuto es que el valor de estos restos esté esencialmente en la posibilidad de "explotarlos" como "fuente de riqueza y empleo". Y me echo a temblar cuando leo que el periodista habla de "tesoros" donados por particulares procedentes de unos yacimientos que aún no han sido "explotados". Siendo cierto el generalizado abandono de la inmensa mayoría de yacimientos arqueológicos conocidos en nuestra provincia, me asusta que alguien aspire a la resurrección de cualquier "misión rescate".

Área de necrópolis
Con mayor satisfacción leo en Solienses la noticia del próximo comienzo de esperanzadores trabajos arqueológicos en el yacimiento de La Losilla (Añora). Hace unos años, Antonio Arévalo dirigió en este lugar una excavación parcial que puso al descubierto varias tumbas y una estructura circular que, según el arqueólogo, podría corresponder al ábside de una pequeña iglesia de época visigoda. Ahora, el Instituto Arqueológico Alemán comienza una campaña de estudios basados inicialmente en una prospección superficial seguida de una geofísica, con el objetivo central de delimitar y definir la mayor parte de las estructuras que sea posible localizar dentro del área de estudio.

El desembarco de este equipo hispano - alemán de investigación en Añora no es casual. Hace ya algunos años que estudiosos de la Universidad de Sevilla y del Instituto Arqueológico Alemán, coordinados en un primer momento por Jerónimo Sánchez (codirector del proyecto y un amigo del que os he hablado en bastantes ocasiones -1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7- ) vienen visitando el yacimiento y la zona para preparar este proyecto de investigación. A comienzos de febrero de 2010, en una de las primeras visitas que hizo Jerónimo con Guadalupe y algún representante del Instituto Arqueológico Alemán, tuve la oportunidad de acompañarlos. De entonces son las fotos que ilustran esta entrada.

Lo que ahora se anuncia, por lo tanto, es la primera fase de un trabajo de campo que se viene planificando desde 2009. Según señalan los directores del proyecto a Solienses, en este mes de septiembre se realizará una prospección superficial, una limpieza de estructuras y una prospección geofísica en la que tienen depositadas grandes esperanzas. Es de suponer que sus resultados no van a poder ser catalogados de espectaculares, pero sí pueden ofrecer a los arqueólogos indicios importantes para planificar futuras intervenciones sobre el yacimiento. Esperemos que sea así, y que durante los próximos años La Losilla pueda empezar a desvelar cómo eran los habitantes de Los Pedroches hace más de 1.500 años.

En áreas próximas pueden encontrarse restos reutilizados