lunes, 28 de septiembre de 2015

El castillo de Belalcázar


Vista general del castillo. Foto: www.andalucia.org
Os dejo el texto que publiqué la semana pasada en la sección Patrimonio Histórico de Los Pedroches del semanario La Comarca sobre el castillo de Belalcázar.

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Desde el propio momento de su construcción, el castillo renacentista levantado por los Sotomayor en la antigua Gahete adquirió tal protagonismo que, en muy poco tiempo, el pueblo llegaría a asimilar el nuevo nombre de la población: la del bello castillo, Belalcázar. La imponente presencia de su torre del homenaje, que con 47 metros de altura es la más alta de la Península Ibérica, y su cuidado diseño hacen que todavía hoy sea uno de los conjuntos monumentales más admirados de nuestra comarca. No en vano, en la encuesta realizada por la web Solienses hace ya una década, el castillo de Belalcázar resultó ser, en opinión de los encuestados, el monumento más representativo de la comarca de Los Pedroches.
Sin embargo, cuando se levantó esta fortaleza señorial Belalcázar ya tenía una larga historia. Félix Hernández demostró de forma incuestionable hace años la identificación entre la musulmana Gafiq, la medieval Gahete y la moderna Belalcázar. Y, refiriéndonos al castillo, su larga historia también fue destacada en el trabajo al que Alberto León dio el significativo título de “Las fortalezas de Belalcázar”. Porque, efectivamente, el castillo del siglo XV no es más que una construcción, realizada a su vez en diferentes fases, superpuesta a una gran fortificación que tiene su origen en época andalusí: la alcazaba de Gafiq.
El cerro en el que se asienta la fortaleza tiene un gran valor estratégico, al formar el arroyo Caganchas un foso natural que facilita la defensa de este enclave elevado. Y allí estaba situada la antigua alcazaba de Gafiq, que alcanzó una gran importancia en el sistema defensivo de al-Andalus entre los siglos IX y XIII. No en vano, Gafiq fue durante el califato la capital de la provincia de Fahs al-Ballut, y a partir del siglo XI uno de los más importantes enclaves defensivos musulmanes en una frontera frecuentemente atacada desde el norte. En este sentido, resulta significativo que tras la conquista cristiana se cite a Gahete como “villa e castillo”, resaltando de esta forma la importancia de este núcleo de población y también el valor estratégico de su fortificación. Desgraciadamente, la falta de excavaciones arqueológicas no nos permite conocer cómo era esta antigua fortaleza, que terminaría siendo parcialmente demolida a mediados del siglo XV para construir en su interior el castillo de Belalcázar.
Tras la señorialización de Gahete en 1444, los nuevos señores se plantearon construir un gran castillo en el solar de la antigua alcazaba. Sabemos que la obra fue lenta, encontrándose aún en ejecución en 1464. Al diseñarse el edificio se pretendió utilizar una planta regular, aunque tuvo que ser necesariamente adaptada a la topografía del cerro en el que se sitúa. Con torres en sus esquinas y en el centro de los paños de la muralla exterior, el recinto interior se articula como un gran espacio o plaza abierta en la que se levanta, como parte principal de toda la construcción, la torre del homenaje. Sus altos muros exteriores, sin otro vano en un primer momento que la puerta de acceso en el lado norte, ofrecían una impresión clara de construcción defensiva.
Los estudios realizados por A. León nos indican que el castillo fue construido al menos en dos fases sucesivas durante la segunda mitad del siglo XV. El diseño original se corresponde con la estructura típica de las construcciones defensivas castellanas del siglo XV. La segunda fase, posiblemente iniciada cuando aún no habían concluido las obras, reforma el proyecto inicial para dotar al conjunto de una mayor riqueza, con un sentido residencial. Es entonces cuando se abren nuevas comunicaciones interiores entre los diferentes espacios y cuando se abren amplios ventanales al exterior, que desvirtúan claramente el valor defensivo inicial. También en este momento se levanta el último cuerpo de la torre, que no por casualidad es el más profusamente decorado. De ahí que el resultado nos ofrezca una imagen de un conjunto que es fortaleza, pero de aspecto palaciego.
Estas dos fases tan diferentes se corresponden con un importante cambio en la situación política por la que atraviesa el señorío, y muy especialmente en sus necesidades defensivas. Tras la concesión de Gahete a don Gutierre de Sotomayor en 1444, la ciudad de Córdoba no aceptará de buena gana una pérdida territorial tan importante. Esta resistencia, unida a la situación de Guerra Civil en la que vive Castilla durante varias décadas, ponía periódicamente en riesgo las posesiones de los Sotomayor. La situación cambia radicalmente tras la toma del poder efectivo por parte de Isabel La Católica, que en Córdoba se producirá en 1478. El fin de las guerras civiles vendrá acompañado de un descenso de las tensiones antiseñoriales. Y es posiblemente en este momento cuando, siendo ya innecesaria su función defensiva esencial, el castillo empieza a transformarse en palacio.
La torre del homenaje alcanza una altura casi desproporcionada o, en cualquier caso, exagerada para la función defensiva que se supone que debe cumplir el edificio. Y digo que se supone porque, sobre todo tras las reformas de fines del siglo XV, la función del castillo sería más representativa que de defensa. En realidad, esta inmensa mole, profusamente decorada, cumplirá la función de mostrar públicamente el poder ejercido en la villa por sus señores, los Sotomayor.

El castillo de Belalcázar, que tiene la consideración de Bien de Interés Cultural, fue propiedad privada hasta su adquisición por la Junta de Andalucía en enero de 2008. Desde entonces se han realizado estudios técnicos que, como anunció en días pasados el nuevo Delegado de la Consejería de Cultura en Córdoba en el curso de su visita a Belalcázar, se trasladarán a un informe que servirá de base para el inicio de la restauración del castillo dentro del Plan de Arquitectura Defensiva de Andalucía. Parece demasiado trámite burocrático, pero la complejidad del conjunto fortificado lo hace necesario. No necesitamos prisas, que sabemos que no son buenas consejeras. Lo que necesitamos es que el proyecto de actuación no se pare. Porque no podríamos soportar el bochorno de no haber sabido evitar la pérdida de uno de los principales emblemas de nuestra comarca.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Historia y Patrimonio: Torrecampo

Parte del grupo de voluntarios de la Asociación PRASA

Desde hace algún tiempo, las mañanas de los primeros sábados de cada mes es posible realizar una visita guiada por los principales edificios históricos de Torrecampo, gracias a una iniciativa de la Asociación Benéfico Cultural y Deportiva PRASA Torrecampo. El pasado sábado 5 de septiembre dediqué mi artículo en la sección de Patrimonio Histórico del semanario La Comarca a estas visitas. Aquí os dejo el texto, por si os resulta de interés.

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            Las mañanas del primer sábado de cada mes, un grupo de voluntarios organizado desde la Asociación Benéfico Cultural PRASA Torrecampo organiza una jornada de puertas abiertas que nos permite conocer los elementos más destacados del Patrimonio Monumental de Torrecampo y, a través de ellos, acercarnos a la historia de este pueblo. Porque sabemos que nuestro Patrimonio Histórico es una huella dejada por nuestro pasado, y esto es perfectamente visible en las calles de este pueblo.
            La historia nos ha legado no sólo grandes construcciones religiosas, como la Iglesia de San Sebastián o las ermitas de Jesús y de Nuestra Señora de Gracia, sino también una serie de fachadas con grandes dinteles de granito que son reflejo del auge experimentado por el pueblo entre fines del siglo XV y fines del siglo XVI. Quizá sin el valor monumental  que presentan algunas portadas del vecino Dos Torres, para mí es incuestionable el valor estético de las fachadas de granito de Torrecampo. Pero lo que hoy me interesa destacar de forma especial es la íntima relación que existe entre estas construcciones y la historia del pueblo.
            Torrecampo nació como una pequeña aldea de Pedroche en algún momento cercano a mediados del siglo XV. En 1453 ya era un núcleo de población estable, para cuyos vecinos compró la villa de Pedroche la dehesa del Campillo de la Jurada. Desde este momento, su crecimiento fue muy rápido y en 1468 la aldea ya contaba con un primer concejo que sólo dos años después está intentando segregarse de Pedroche y obtener el “privilegio de villazgo”. Una independencia que Torrecampo obtendrá en 1479, convirtiéndose en “villa en sí”. Este rápido desarrollo político tuvo que estar necesariamente sustentado en un gran auge económico y social, basado esencialmente en el sector más pujante de la economía comarcal del momento: la industria pañera, organizada mediante un gran número de pequeños talleres de carácter artesanal.
Con esta base económica, la nueva villa de Torrecampo vivirá unas décadas de gran desarrollo, un crecimiento que sólo se detendrá cuando la nueva política fiscal puesta en marcha por Felipe II en 1574 provoque una importante crisis en el sector productivo castellano, que afectará de manera muy negativa a la industria pedrocheña de la lana. Durante el siglo XVII continuarán patentes las graves consecuencias de la crisis de una economía que sólo comenzará a remontar levemente a partir de comienzos del siglo XVIII, aunque sin alcanzar el dinamismo de los mejores tiempos.
Portada del Casino
            Precisamente en el último tercio del siglo XV podemos fechar las primeras de las grandes portadas que comenzaron a ennoblecer la imagen de Torrecampo. Un ennoblecimiento que fue posible gracias a los beneficios que ofrecía la industria pañera, que habría proporcionado a algunas familias los recursos suficientes para levantar grandes casas con llamativas fachadas. Incrementando de esta forma no sólo la imagen social de la familia propietaria, sino la del propio pueblo. Un pueblo que ya no es una simple aldea con construcciones efímeras de tejados pajizos, sino toda una “villa” que, en el imaginario de la época, también podía ennoblecerse a través del embellecimiento de su trama urbana.
La Iglesia de San Sebastián o la gran ermita de Nuestra Señora de Gracia, justo a la entrada de la población, tendrán como una de sus funciones esenciales la representativa: dan muestra de la importancia de un pueblo que quiere dejar atrás cuanto antes el recuerdo de que había sido una simple aldea pocos años atrás. Y esa misma función de representación no sólo particular sino también colectiva tendrán las sólidas portadas de granito levantadas por las principales familias. Unas portadas de las que afortunadamente conservamos una buena muestra, la mayor parte de ellas fechadas precisamente entre fines del siglo XV y mediados del siglo XVI, coincidiendo (no por casualidad) con el auge económico, social y también político de Torrecampo.
            Aunque contamos con algún ejemplo de portada dotada de accesos cerrados mediante arcos de medio punto o rebajados realizados con grandes dovelas de granito, son más abundantes las que recurren a un dintel muy desarrollado, presidiendo una composición enmarcada con un alfiz de influencia mudéjar.
De todas estas portadas destacan especialmente dos. En primer lugar la de la conocida como “casa del Casino”. Profusamente decorada, es una construcción característica del llamado “gótico civil” de fines del siglo XV. El cuerpo inferior está dominado por el gran vano de acceso con ancho dintel que llevaría una inscripción, hoy perdida. En el cuerpo superior destaca una ventana doble (geminada) sobre cornisa, con escudo heráldico. Todo ello, enmarcado por moldura con bolas característico de la época de los Reyes Católicos. La composición presenta claras analogías con edificios de Valladolid, Segovia o Cáceres. La segunda portada destacable sería la de la antigua casa conocida como “Posada del Moro”, de claro diseño renacentista que podemos fechar en las décadas centrales del siglo XVI. A pesar de lo elaborado de su diseño, no prescinde del gran dintel característico de las fachadas nobles de Torrecampo.

Estas fachadas, junto con la Parroquia de San Sebastián, las ermitas o el Pósito nos hablan de la historia de un pueblo que, el primer sábado de cada mes, nos invitan a conocer mejor sus propios vecinos. La próxima visita, guiada por los voluntarios de la Asociación PRASA Torrecampo, tendrá lugar este mismo sábado 5 de septiembre a partir de las 10.30 de la mañana. Si queréis información complementaria, podéis acceder a la página de facebook de la Asociación o solicitarla en el correo electrónico revistaelcelemin@gmail.com . Estáis todos invitados.