domingo, 16 de septiembre de 2012

Leyendas e historia: Hamelín - y II.

Desde el siglo XVI contamos con representaciones gráficas del flautista


[Viene de la entrada anterior]

Es cierto que algunas leyendas parten de una base histórica, pero ¿es ese el caso de el flautista de Hamelín? Es una pregunta que uno se hace al conocer un lugar que siempre había visualizado como legendario. Y es uno de los temas sobre los que la visita al Museo de Hamelín te lleva a reflexionar. Partimos de la diferenciación de dos historias independientes, la de la pérdida de los niños, y la del cazador de ratas. Y esta última no forma parte de la leyenda medieval, sino que se incorpora a ésta ya en el siglo XVI. Me centraré, pues, sólo en la segunda parte del cuento: el flautista, llegado de lejanas tierras, encantó a los niños de Hamelín y se los llevó de la ciudad, a la que nunca volvieron.

Vista interior del interesante Museo de Hamelín, dedicado al flautista.

Para centrar el tema, creo que lo primero que debemos es intentar caracterizar la época en la que supuestamente tienen lugar los hechos, la segunda mitad del siglo XIII, en la zona de la Baja Sajonia.  Cien años antes, el proceso más importante que se está produciendo en el Imperio Germánico es la intensificación de la expansión hacia el este de Europa. El proceso es alentado por nobles y grandes potentados, que promueven no sólo la expansión militar, sino también económica, a través de la instalación de nuevos pobladores culturalmente afines. Estos colonos estarán en la base del proyecto de cristianización y germanización del territorio. Es decir, son la base del proceso de consolidación del dominio germánico sobre estas tierras del este, que a mediados del siglo XIII llegan a colonizar las orillas del Báltico. La expansión y colonización del Este se impulsará mediante beneficios económicos y fiscales, y se verá favorecida, además, por un marco ideológico perfecto: el ideal de Cruzada.

Por lo tanto, es precisamente un proceso migratorio lo más característico de estas tierras sajonas en el tiempo en que se supone que tuvo lugar la pérdida de los niños de Hamelín. Un proceso migratorio que fue impulsado por la nobleza sajona, y que supuso la disminución de la población campesina en zonas del noroeste germánico en favor de las nuevas colonizaciones orientales. En muchas ocasiones, potentados concretos realizaron verdaderas levas en las tierras que controlaban. Ofreciendo a sus campesinos mejores perspectivas económicas y rebajas en los impuestos, conseguían que grupos de jóvenes familias abandonaran la tierra de sus antepasados en busca de nuevas oportunidades. En determinadas poblaciones, en las que el proceso tuviera éxito, el resultado podría ser la pérdida de buena parte de la juventud y de los niños, ya que se buscaba como colonos a campesinos aptos para poner en explotación nuevas tierras. ¿Pudo suceder esto en Hamelín? ¿Pudo ser ésta la causa de que, en el cuento, sólo quedara en el pueblo el niño cojo, no apto para la aventura colonizadora?

Aunque ni siquiera el museo dedicado a esta leyenda en la propia ciudad se atreve a afirmarlo con rotundidad, todo parece indicar que este proceso histórico, perfectamente documentado, podría estar detrás de la leyenda. Sobre todo si tenemos en cuenta que estas emigraciones en grupo tienden naturalmente a trasladar no sólo una familia, sino toda una comunidad. Es decir, que las jóvenes familias que pudieron emigrar desde Hamelín tenderían, buscando el apoyo del grupo en una verdadera aventura como la que emprendían, a instalarse también juntas, y es habitual que encontremos documentados en las nuevas tierras a "hijos de" seguido del nombre de su población de origen. Por lo tanto, hubo "hijos de Hamelín" en la expansión hacia el Este. "Hijos" que en alemán se expresa con la misma palabra que "niños" ("kinder"). Es muy probable que estos niños de Hamelín que salieron hacia el Este para no vover jamás, dejando un pueblo triste y sin juventud, sirvieran de base a la leyenda del flautista.

Flautista que, por cierto, tampoco tiene por qué ser, en este contexto, un recurso narrativo. Porque los beneficios económicos y fiscales que ofrecían los nobles a quienes se decidieran a emigrar serían publicitados por pueblos y ciudades a través del mecanismo más adecuado en pleno siglo XIII: un pregonero. Es decir, un forastero que recorría la región llamando la atención de los ciudadanos mediante una trompetilla o instrumento similar, y glosando las ventajas de la emigración. Un personaje que, si conseguía convencer a sus oyentes, no dejaría un buen recuerdo en el pueblo, y seguramente sería visto como un embaucador que, con malas artes y con engaños, había acabado con la juventud.

Creo que no podemos afirmar con total seguridad que esto fuera exactamente así, y que debemos conformarnos con estos apuntes, o con los que ofrece Hamelín en su museo. Pero lo cierto es que si quisiéramos contar esta historia de forma resumida y desde el punto de vista de quienes no emigraron, el relato sería sospechosamente parecido a esta parte de la leyenda que recogieron los hermanos Grimm: el flautista desconocido, llegado de lejanas tierras, encantó a los hijos de Hamelín y se los llevó de la ciudad, a la que nunca volvieron.

Hamelín recuerda la leyenda, incluso con un vistoso carrillón en la plaza.

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