Puente romano y Mezquita, en el grabado de Wyngaerde (1567) |
La inauguración de la exposición Córdoba, reflejo de Roma (4 enero - 16 febrero 2012) ha dado lugar a numerosos artículos en la prensa, especialmente en la provincial. Junto a recorridos más o menos sistemáticos por los temas fundamentales tratados en sus tres sedes (Orive, Vimcorsa y Museo Arqueológico), algunos especialistas en la Córdoba romana han publicado artículos de opinión reivindicando el papel fundamental que, para el desarrollo histórico de la ciudad, tuvo el período romano. Razón no les falta, aunque incluso antes de poder visitar con tranquilidad la muestra (cosa que espero hacer muy pronto) quiero hacer alguna reflexión sobre esta contraposición entre la importancia histórica de Roma y de al-Andalus en la historia de Córdoba.
Echando la vista atrás, me doy cuenta del gran avance experimentado por la investigación histórica y arqueológica en la ciudad desde una época que me resisto a considerar ya lejana: mi etapa de estudiante (mi promoción fue la de 1986-1991; sin comentarios, por favor). En aquel tiempo, lo que existía era poco más que los trabajos de los "pioneros", que en la última década se habían enriquecido enormemente con las publicaciones de diferentes profesores de la Facultad de Filosofía y Letras fundamentalmente. Éstos habían trabajado incidiendo con sus investigaciones de manera especial en aquellas cuestiones menos conocidas. En el Área de Historia Medieval, a la que pronto me vinculé, Emilio Cabrera, Alfonso Franco, Ricardo Córdoba, José Luis del Pino y otros investigadores ligados de una u otra forma a este centro como Edwards o Escobar Camacho, habían ido dando pasos fundamentales para el conocimiento de la Córdoba bajomedieval, hasta entonces casi totalmente olvidada. A pesar de que desde la Universidad trabajábamos casi completamente centrados en el período comprendido entre los siglos XIII y XV, aún se hablaba del "hipercalifalismo" de la investigación histórica cordobesa.
Hipercalifalismo. Es decir, que sólo se estudiaba lo califal, el esplendor omeya del siglo X, sin que nada más de la Córdoba medieval interesara a nadie. Algo de razón había en esta crítica, no voy a negarlo. Pero el gran avance de la investigación referida a la Baja Edad Media no parecía tender hacia un necesario equilibrio, sino más bien hacia un nuevo desequilibrio: mientras la Baja Edad Media era analizada científicamente por diferentes investigadores, los estudios sobre la Córdoba islámica oscilaban entre el antiguo rigor de algunos "pioneros" (el arquitecto Félix Hernández ocuparía un lugar destacado entre ellos) y la visión romántica de algunos autores locales. Por antigüedad de los estudios o por falta de rigor historiográfico de la mayoría de los más recientes, estábamos olvidando la importancia de la Córdoba del siglo X. Y del siglo IX, del XI o del XII, mejor no hablar.
Mientras los estudios sobre fuentes documentales árabes, realizados por diferentes centros filológicos, no conseguían trasladarse con la eficacia necesaria a la investigación histórica, el panorama desde el punto de vista de la arqueología era aún más desolador. En Córdoba teníamos un "monumento" turístico para satisfacer la curiosidad romántica sobre al-Andalus: La Mezquita. Y en esos años, Madinat al-Zahra estaba también comenzando a salir de un largo período de letargo. A estos dos hitos parecía circunscribirse el "hipercalifalismo" de nuestra investigación histórica. Nada más interesaba. Pero aún así, nuestra situación no era tan mala como la de buena parte de nuestro entorno, donde arqueología e historia de Roma parecían sinónimos (salvando el carácter específico de los especialistas en Prehistoria, cuyos objetos de estudio solían estar fuera de la ciudad).
Todavía durante mucho tiempo, las "cosas de los moros" no interesaron a quienes empezaban a trabajar en eso que después conocimos como "arqueología urbana". Porque arqueología era Roma, y lo otro era "demasiado moderno". Poco a poco, y yo creo que fundamentalmente gracias a la sensibilidad de quienes realizaban estos trabajos de campo, la situación fue cambiando, y se comenzó a intentar analizar el pasado arqueológico andalusí. Dura y difícil tarea, cuando apenas había ni siquiera bibliografía en la que basarse (¡cuántas veces recurrimos a la tipología cerámica establecida para Mallorca por Guillem Roselló!).
Creo que también nuestra historia reciente es importante. Por eso ahora, cuando leo reivindicaciones del pasado romano cordobés lanzadas por especialistas en arqueología clásica (romana), hay algo que no me suena del todo bien. Porque ni la época romana, ni la califal, sirven para comprender la realidad histórica de la ciudad. Una realidad histórica que parte de un asentamiento consolidado durante el Calcolítico junto al Guadalquivir, en un punto estratégico para conseguir el necesario abastecimiento de las ricas tierras de la Campiña y controlar los impresionantes recursos que, para la época, suponía la disponibilidad de minerales de la Sierra. Y es necesario también entender su desarrollo durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria, sin la que habría sido absurda la fundación de la Colonia Patricia Corduba. Una ciudad convertida en importante capital provincial (reflejo de Roma) que, transformada en época tardorromana y visigoda, daría lugar a la Qurtuba andalusí. Y que, tras la conquista del Siglo XIII, se convertiría en una de las ciudades más activas de la Corona de Castilla hasta fines del siglo XVI. Transoformada nuevamente a partir de este momento, hasta llegar a la ciudad del siglo XXI que conocemos.
Ninguna de estas etapas, por sí sola, puede servir para explicar la Córdoba actual. Y esa sucesión de etapas es lo que, precisamente, le otorga su carácter a la ciudad. Hace unos años, cuando trabajábamos en el nuevo proyecto del Museo Arqueológico de Córdoba, partíamos de esa idea fundamental: lo importante de Córdoba no es que fuera capital del califato, ni de la Bética Romana, ni un enclave fundamental para entender la Edad de los Metales, ni un centro económico esencial que servía de puente entre Castilla y Granada. Lo realmente importante es que Córdoba es heredera de todo ese pasado, de todo ese devenir histórico.
Al acercarse el año 2000, la prestigiosa revista National Geographic publicó un artículo titulado Tales of Three Cities. Intentaba de esta forma acercarse a las tres ciudades que habrían sido más importantes en los tres últimos milenios para la formación de la cultura actual. Y las elegidas fueron Alejandría para el año 1, Córdoba para el año 1000 y Nueva York para el 2000. Esta es una de las muchas muestras posibles que nos indican la enorme importancia de la Córdoba andalusí para la cultura universal. ¿Significa eso que debamos despreciar su pasado romano? De ninguna manera. Porque el principal valor de Córdoba es su continuidad histórica desde su primera ocupación -en una fecha que algunos remontan casi 5.000 años atrás- hasta la actualidad.
Está bien reivindicar la importancia del pasado romano de la ciudad, pero si para ello creemos necesario menospreciar la Córdoba de cualquier otra etapa histórica, poco favor estamos haciéndonos entre nosotros los pocos que nos dedicamos a trabajar sobre nuestro Patrimonio Histórico.
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