martes, 10 de abril de 2012

Ánforas y criminales

Monte Testaccio (Roma). Vista aérea

Quizá porque me ha gustado mucho la novela policíaca de Félix Ángel Moreno (ver crítica en Solienses), he estado pensando que, en el fondo, el trabajo de un historiador no es tan diferente al del detective de novela negra. En ambos casos, de lo que se trata es de empezar por recopilar pistas, cuantas más mejor, unas impactantes, otras aparentemente inútiles, pero todas necesarias para formar el mosaico final que nos ofrecerá la imagen buscada: el nombre del asesino o un aspecto importante de nuestro pasado. Teniendo todas las pistas posibles, no siempre es fácil alcanzar el objetivo final. Si perdemos pistas por el camino, la meta se alejará hasta convertirse en inalcanzable.

Cerámicas en el "Monte de los Tiestos"
El monte Testaccio es una pequeña colina, una elevación de unos 40 metros situada no lejos de Roma. Aunque a simple vista se apreciaba que estaba formado por una enorme cantidad de fragmentos cerámicos, hasta fines del siglo XIX no empezaron los trabajos de investigación sobre este impresionante yacimiento. Henrich Dressel fue el primero de una larga lista de investigadores que fueron trabajando en este puzle: primero, comprobando que la colina no era tal colina, sino un inmenso vertedero de ánforas; más adelante, identificando a través de marcas de alfar y tituli picti (marcas pintadas que indicaban el propietario, la capacidad y otros datos relativos al aceite contenido en estos recipientes) la procedencia hispana de la mayor parte de los restos, su cronología comprendida entre el siglo I a.C. y el III d.C. Para así, pista a pista, ir completando un puzzle que nos llevaría a ir descubriendo aspectos fundamentales relativos no sólo al comercio, sino también a la producción del aceite de oliva en la Bética romana. En las últimas décadas, investigadores españoles como Blázquez o Remesal han sido los encargados de seguir completando el rompecabezas.

¿Cómo es posible que los fragmentos de unos 26 millones de ánforas olearias terminaran formando un monte artificial como el Testaccio? Uniendo pistas diversas, los investigadores fueron descubriendo un impresionante sistema de comercio del aceite producido en la actual Andalucía. Un aceite que salía de los olivares de las sierras de Córdoba o Jaén envasado en odres, a lomos de mulos, en busca de los puntos en los que el Guadalquivir se hacía navegable. De manera mucho más efectiva, aquí el producto era trasvasado a recipientes cerámicos de mayor capacidad y con una forma perfectamente adaptada a las necesidades de conservación del aceite de oliva: unas ánforas panzudas, de boca estrecha para evitar la excesiva oxidación, que los arqueólogos clasifican como Dressel 20. Bajando el Guadalquivir y cruzando el Mediterráneo, estas ánforas eran trasladadas en barcos hasta el mayor mercado del momento, Roma. Y allí las ánforas, perfectas para el transporte marítimo pero no tanto para su traslado por tierra y el comercio al por menor, volvían a ser vaciadas al trasvasar el aceite a otros contenedores.

Ánfora Dressel 20
¿Qué podían hacer los romanos con estas ánforas vacías de aceite? Su forma especialmente adaptada a este producto las hacía inútiles para cualquier otro uso. Es cierto que pudieron haberlas cargado en los barcos para que terminaran siendo rellenadas de nuevo al borde del Guadalquivir. Pero con la gran cantidad de productos de lujo de la capital romana que demandaban los más adinerados personajes de la provincia ¿merecía la pena? Sin duda alguna, las cuentas salían mucho más rentables si el viaje de vuelta se aprovechaba para transportar bienes más preciados. Y de esta forma, las ánforas olearias procedentes en su mayoría de la Bética, con un solo uso, sometiéndose a las exigencias del mercado internacional, se convirtieron en envases no retornables. Y el gran vertedero ubicado junto al puerto de Roma terminó formando el Monte Testaccio (se puede descargar el catálogo de una interesante exposición sobre este yacimiento).

La investigación arqueológica sobre el Monte Testaccio, pese a aportarnos importantes descubrimientos, no ha saciado, ni mucho menos, la sed de conocimiento de los investigadores. Porque para conocer en profundidad cómo funciona el sistema que abastecía de aceite a la capital romana necesitamos conocer también el funcionamiento de los principales centros de producción: las áreas de cultivo del olivar, los sistemas de extracción del aceite y, también, los centros de producción de los envases cerámicos no retornables, las ánforas Dressel 20.

Todo ello son pequeñas pistas con las que, si el historiador es buen detective, irá construyendo su historia, que en este caso es nuestra Historia (con mayúsculas). Para conseguirlo, el principal peligro será la destrucción de pistas. Y si la destrucción es intencionada, sin duda no lograremos nuestro objetivo. El detective de la novela policíaca no podrá detener al asesino, y el historiador no podrá ayudarnos a comprender mejor nuestra historia. Aunque, bien pensado, nuestro amigo novelista puede haber encontrado un gran tema: es evidente que el destructor de pistas es, en sí mismo, un criminal (si no directamente EL criminal). Lo mismo que el destructor de las pistas arqueológicas que, independientemente del valor artístico o monumental de los restos que destruye, está robándonos piezas esenciales para ese rompecabezas que es la comprensión de nuestra historia. Él es el asesino.

[En el día de hoy, el Diario Córdoba informa de la destrucción intencionada de importantes restos materiales del yacimiento de la Umbría de Moratalla.]

[El yacimiento de la Umbría de Moratalla se considera uno de los centros de producción cerámica dedicado a la fabricación de ánforas para el transporte de aceite de oliva a Roma. Está catalogado para su protección por la Consejería de Cutura de la Junta de Andalucía.]

2 comentarios:

Anuncia dijo...

Increíble. Fenomenal entrada, perfecta asociación, didáctica y bien escrita. Si señor. Sólo un apunte: como bien dices, la forma del ánfora con la boca estrecha, impedía que el aire del "espacio de cabeza" oxidara el aceite. Evitaba el enranciamiento durante el largo viaje, pero si esas vasijas hubieran vuelto de retorno, la cerámica es muy difícil de limpiar y el aceite que quedase en su interior, pegado a las paredes interiores o incrustado en el ánfora, se oxidaría muy fácilmente.
Las ánforas hubieran llegado a la Bética oliendo a rancio y ya decía Paladio en el S. III que “Los recipientes de aceite estarán siempre limpios, para que no se estropeen los sabores con el rancio de los anteriores”.
Por cierto me gustaría conocer alguna documentación relativa al transporte del aceite desde Jaén capital a las orillas del Guadalquivir- navegable. Los dos yacimientos arqueológicos en la zona norte de la capital, pertenecientes a dos grandes almazaras de época augusta (6 o 7 grandes prensas de viga cada una) nos hablan de un transporte masivo de aceite hasta Roma pero no he encontrado documentación de su forma de transportarlo. Gracias a los historiadores.

Juan B. Carpio dijo...

Gracias por la precisión. En efecto, se me había pasado un dato importante para explicar el uso de "envases no retornables".