miércoles, 4 de noviembre de 2015

Sobre la historia y el hecho diferencial


Ya he escrito en varias ocasiones sobre cómo nos encontramos con demasiada frecuencia con intentos de manipular interesadamente la Historia. Con intención de defender supuestos derechos de propiedad (como en la polémica en torno a la Mezquita de Córdoba) o también una supuesta validación histórica de planteamientos políticos muy concretos. Ocurre con todo lo que huele a "memoria histórica" y, de forma muy especial, con los nacionalismos. Una forma política nacida en el siglo XIX que intenta remontar supuestas "esencias patrias" hasta la Edad Media para destacar así una verdad irrefutable: lo que algunos han llamado el hecho diferencial.

Un antiguo profesor de Filosofía de la Historia nos preguntaba en clase si no creíamos conveniente que cada investigador incluyera en las publicaciones resultado de su trabajo una pequeña presentación ideológica. No se refería a la expresión de sus preferencias políticas, sino de aquello que formaba la base de su pensamiento, de su ideología. Supongo que era una mera provocación, pero nos permitió ir tomando conciencia de que el conjunto de nuestras ideas tiene una gran influencia en nuestro trabajo. Especialmente en la elección de temas de trabajo. Yo mismo, que vengo de un mundo, una cultura y una ideología rural, he estado siempre mucho más interesado por los campesinos que por los grandes señores de vasallos.

Sinceramente, hoy pienso que incluir esa presentación ideológica del historiador en sus trabajos sería una solemne estupidez. Porque los historiadores utilizamos un método de investigación científica, y los resultados de la investigación, si se ha utilizado la metodología correcta, son tan válidos en un estudio sobre Fernando III el Santo como en otro sobre el poder de las oligarquías urbanas en el mundo rural cordobés o la evolución de los precios del cereal en los primeros años del Renacimiento. Personalmente, en mi altar de los grandes maestros del medievalismo español tengo a un candidato comunista a las primeras legislativas de la actual época democrática junto a quien ocupaba, incluso en fechas más tardías, un destacado lugar en la Fundación Francisco Franco. Dos personas muy diferentes, sin duda, pero ambos grandes historiadores, grandes científicos.

El problema no es la ideología del historiador. El problema surge cuando el historiador sacrifica el rigor científico por un bien "mayor" como el fortalecimiento de una idea nacional (tras la que se esconde con demasiada frecuencia la búsqueda de una mayor facilidad para conseguir, pongamos por caso, la obtención de la plaza fija o el añorado acceso a la condición de catedrático).

Nada inventado, en cualquier caso, por los historiadores: de vez en cuando nos enteramos de casos de científicos que han creado expectativas demasiado altas sobre los resultados de sus investigaciones mediante conferencias e incluso artículos supuestamente serios. Que han manipulado en definitiva el método científico con la loable intención de obtener fondos para sus Universidades o grupos de investigación (visible sobre todo en Estados Unidos, donde esta forma de financiación está mucho más afianzada que en Europa) y quizá también con la menos loable del consabido ascenso en la carrera universitaria. La ventaja del neurocirujano es que es poco probable que un historiador armado de una motosierra y un destornillador pretenda coseguir en la cabeza del paciente lo que el médico no ha logrado. Por desgracia para los historiadores, solemos encontrarnos con quienes nos dan lecciones armados, salvando las distancias, de forma muy parecida.

¿Cómo es posible hoy que se manipule la historia con intereses ideológicos? Pues habitualmente porque los interesados en hacerlo han encontrado a historiadores dispuestos a sacrificar el método, el carácter científico de su trabajo, y también a individuos con escasa o nula formación científica pero que, armados con el destornillador y la motosierra, esparcen sesos y vísceras por los más seguidos medios de comunicación de masas.

Todo ello aprovechando, en cualquier caso, lo limitado de nuestro conocimiento sobre la historia. Porque nuestras investigaciones son científicas, pero parciales. Sólo rescatamos, con gran trabajo, pequeños retazos con los que resulta complicado constuir una historia completa. Y así, junto historiadores "vendidos" al supuesto bien superior y a los carniceros de la motosierra, también encontramos a verdaderos especialistas en manipular que se dedican a unir en su beneficio los aislados resultados de investigaciones científicas. De donde, en muchas ocasiones, se deduce un hecho diferencial que no está en ninguna de las partes, sino simplemente en el pegamento.

La aldea de Asterix, un territorio con clara identidad histórica
Lo intento explicar con un ejemplo que me resulta más cercano que el mediático caso catalán: el de la comarca de Los Pedroches. Muchas veces he defendido la peculiaridad de una comarca bien caracterizada tanto geográfica como históricamente. La estructura geológica y el paisaje natural de Los Pedroches han condicionado en buena parte la vida en unas tierras dotadas de una gran personalidad histórica. A un paso del hecho diferencial, vamos. Aunque si profundizamos un poquito más en nuestra "peculiar" historia, veremos (si queremos verlo, eso sí) que no habría sido la misma sin la llegada de las gentes que dominaban la metalurgia en la Prehistoria Reciente, sin las influencias culturales griegas o fenicias que nos traían los comerciantes de metales, sin el poso cultural ibérico, romano, visigodo o andalusí, sin los caminos de Córdoba a Mérida o Toledo, sin los que se fueron a América, sin los ganados transhumantes de La Mesta... En resumen, que sin los otros no seríamos ni siquiera nosotros mismos. Y eso, entendedme bien, teniendo siempre muy claro que estamos hablando de una comarca dotada de una importante personalidad histórica. Es decir, que lo del hecho diferencial... sí, pero poco.

Porque, en el fondo ¿hay alguna imagen que nos remita al concepto de "identidad histórica" mejor que la de la aldea de Asterix y Obelix? Y, a la vez, ¿Hay algún lugar más universal, en el que lectores de todo el mundo occidental podamos sentirnos más a gusto que en la famosa aldea de los galos? Siempre que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas, ¡por Tutatis!

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