jueves, 11 de octubre de 2012

Aquí mataron a Julio César

Foto: Antonio Monterroso - CSIC


La lectura de la mediática información del hallazgo del lugar exacto donde, hace 2.056 años, fue asesinado Julio César me ha producido sentimientos encontrados. Y, realmente, no sé hacia dónde se inclina la balanza, si hacia lo positivo o hacia lo negativo.

En el lado positivo, creo que es destacable el hecho de una noticia relacionada con el Patrimonio Histórico, con la arqueología, ocupe un lugar destacado en la prensa. La información ofrecida por el CSIC ha sido reproducida en todos los medios de comunicación nacionales (por ejemplo, y por citar únicamente los principales medios escritos, El País, ABC, El Mundo, o La Vanguardia) y también internacionales (por ejemplo, éste). Y, en la mayoría de ellos, en la sección o bajo la etiqueta de "ciencia".

En segundo lugar, destacaría que se trata de un equipo de investigación español, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) el autor del hallazgo. Y ese "orgullo patrio" va más allá al comprobar que el equipo está coordinado por el arqueólogo cordobés Antonio Monterroso. Una alegría, sin duda alguna.

¿Dónde está entonces, el platillo negativo de la balanza? No en el trabajo de los arqueólogos (llamadme corporativo si queréis) ni en el hecho de que sean muy cercanos (ahora podéis llamarme patriota). La parte negativa está en el hecho de que ya estamos acostumbrados a que sólo sea noticia la arqueología, el Patrimonio Histórico, cuando la prensa puede considerarlo "curioso". No entro a valorar la importancia del resultado concreto de esta investigación. Pero sí creo que la repercusión mediática no está relacionada con que este hallazo tenga más o menos relevancia científica, con el hecho de que nos ofrezca más o menos información sobre nuestro pasado. Más bien responde al atractivo de descubrir los rastros de la sangre que perteneció a uno de los asesinados más literarios de la historia. Romano, "Imperial" y Shakesperiano, ¡cazi ná!

El problema puede estar en nuestro sistema de acceso rápido a la información, de "consumo" de la información. Porque me da la impresión de que cuando vemos titulares referidos a descubrimientos que pueden acabar con un tipo de sida, o que pueden evitar accidentes de tráfico o que pueden contribuir a paliar los efectos de la sequía aquí o más allá, nos estamos perdiendo algo importante. Y sólo accedemos a los aspectos más "prácticos" o a los más "curiosos" de la investigación científica. Al menos en el caso de la arqueología, que yo he seguido un poco más de cerca, es así: sólo es noticia la excavación que detiene el desarrollo urbanístico de la ciudad o el hallazgo que nos permite exclamar ¡qué curioso! o recordar las aventuras de Indiana Jones. Transmitiendo una imagen sesgada y errónea del trabajo de historiadores, arqueólogos, restauradores...

Y al final los platillos de esta balanza quedan equilibrados. ¡Qué bien que un grupo de investigación español, dirigido por un arqueólogo cordobés vea difundido su trabajo de una forma global! Pero no olvidemos que, si Shakespeare se hubiera dedicado a escribir sonetos, posiblemente esta noticia no habría tenido cabida ni en la prensa provincial cordobesa.

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